domingo, 2 de enero de 2011

Teníamos doce años y yo era muy estúpida. Salíamos juntas todos los recreos para jugar en los pinos, siempre estábamos solas y los profesores se nos acercaban de vez en cuando para intentar que nos socializáramos con los demás críos que solían jugar a cosas normales como el fútbol o demás chorradas. Se nos consideraba mayores para jugar a algo que no fuesen deportes. Nosotras éramos especiales, jugábamos a imaginar almas en pena vagando en plena calle con el inquietante ruido de las palomas de fondo, jugábamos a ver muertos debajo de las grietas del suelo del colegio. Pronto dejamos de fiarnos de los curas y nos volvimos ateas. Tú eras mucho más inteligente que yo, incluso ahora lo eres, y eso que las dos hemos cambiado. Nunca me perdonaré aquel día en el que nos sentamos en el banco de al lado de mi casa y te dije que no quería ir más contigo en los recreos. Yo quería ir con aquellas gilipollas de doce años que parecían putas y sólo se preocupaban por los chicos y quería ir con ellas porque eso era "lo normal", lo que todo el mundo consideraba "normal" de cuando se tiene doce años. "¿Doce? ¿Ya tienes doce? ¡Si eres toda una mujer, nenita! ¿Tienes ya novio? ¿Has besado a algún chico? ¡Si ya tienes el periodo!" A veces la gente es tan racionalmente costumbrista que está loca, y no quiero excusarme, pero ya he dicho que yo era una cría estúpida, con la regla y las mismas tetitas que tengo ahora. Y te dije que quería ir con esas zorras y que ya no iría más contigo. Te pusiste a llorar, no pude hacer nada para consolarte. En los recreos posteriores a áquel no supe nada de ti, sólo tenía conversaciones absurdas sobre niñas que besaban a niños en la boca, zapatillas nike y deportes a los que jamás supe jugar. Un día te vi en un recreo, habías hecho nuevas amigas y parecías muy feliz. Entonces me acerqué y, contra todo pronóstico, me presentaste a tus amigas con una sonrisa en la cara. Me uní al grupo rápidamente, por fin unas niñas listas con las que hablar de películas, libros y clicks. Tú nunca me lo has dicho, nunca me has echado nada en cara, ni una sola palabra. Sé que no tienes ira, ni rabia, ni rencor. Y sé que han pasado muchísimos años desde entonces, pero también sé que aún hoy, ese rechazo fue el principio de la distancia que sigue estando presente, de algún modo, entre nosotras.

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