lunes, 31 de enero de 2011

Monelle (Eduardo Lizalde)

También la pobre puta sueña.
La más infame y sucia
y rota y necia y torpe,
hinchada, renga y sorda puta,
sueña.

Pero escuchen esto,
autores,
bardos suicidas
del diecinueve atroz,
del veinte y sus asesinos:
sólo sabe soñar
al tiempo mismo
de corromperse.

Ésa es la clave.
Ésa es la lección.
He ahí el camino para todos:
soñar y corromperse a una.

El desayuno (Luis Alberto de Cuenca)

Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».

domingo, 30 de enero de 2011

Melancolía (Munch)

domingo

los domingos tienen la tensión
de un lunes venidero
y la calma de un mar sin viento,
los domingos tienen ese aire
caduco y polvoriento
a habitación cerrada,
a calle desierta y establecimientos muertos,
a la angustia de algo,
no se sabe muy bien qué, que nunca llega.

la humedad profunda de un domingo
no es como la de los amaneceres del rocío,
llena de rayos de sol
y verdes raíces acurrucadas bajo las vías;
es una humedad distinta,
que entra por la nuca, fría como el diablo,
y te escarcha por dentro.

Olympia (Manet)

sábado, 29 de enero de 2011

Walking around (Pablo Neruda)

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

Defender la alegría (Mario Benedetti)

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

uve

tus palabras duelen
como aguijones,
cruzo los semáforos
sin mirar el nivel de rojo
en la escala cromática
y doy un paso atrás
en mi forma de querer.

a pesar de saber
que tienes toda la razón,
es demasiado pronto.

el tiempo y los sentimientos
no se llevan bien en mi cabeza.

intentamos destruir
lo que más deseamos,
porque una vez lo tengamos

el asfalto será menos aburrido.

si lo piensas es perverso,
pero lo contrario no lo es menos:
ya sabes,
tirarse al vacío.

yo siempre he sido más de lanzarme
y abrirme el cráneo.

el niño azul

tú eras un niño azul
nadie sabe desde cuándo,
pero eso es algo que se ve,

está en la mirada de los niños
que observan caer las hojas de otoño
y saben ver las espirales que el viento hace con ellas,

esos son niños de octubre,
niños que piden estar solos,
niños a los que suele acompañar la muerte en primavera.

todos tus árboles cayeron
un día de lágrimas sin despedidas,
y hoy como un sin techo que una vez fue alguien
te preguntas si ya eras azul antes de aquéllo.

tus arpegios suenan dulces y cuidadosos
bajo los panales,
tu voz parece tan clara en primavera.

la muerte te acompaña en primavera.

a Jackson C. Frank

martes, 25 de enero de 2011

Invierno (Antonio Gamoneda)

INVIERNO

La nieve cruje como pan caliente
y la luz es limpia como la mirada de algunos seres humanos,
y yo pienso en el pan y en las miradas
mientras camino sobre la nieve.

Hoy es domingo y me parece
que la mañana no está únicamente sobre la tierra
sino que ha entrado suavemente en mi vida.

Yo veo el río como acero oscuro
bajar entre la nieve.
Veo el espino: llamear el rojo,
agrio fruto de enero.
Y el robledal, sobre tierra quemada,
resistir en silencio.

Hoy, domingo, la tierra es semejante
a la belleza y la necesidad
de lo que yo más amo.

El jardín (Irene Gruss)

¿Estás cansada del viaje, Diana?
¿Dejaste las valijas y te asomaste a ver el sol
en tu jardín, fuiste allí
rápidamente, pausadamente?
¿Echaste una ojeada a las plantas
o mirás cada una, sabiéndola,
descubriéndola, cuidás
tu jardín, hablás, cantás con
la regadera en la mano?
¿Estás cansada de vuelta del viaje,
Diana? ¿Estás contenta?
¿Alguien te acarició, jugó otra vez
con tu melena de fénix,
te besó los párpados
como quien desea tocar
una mirada así de azul, de gris
según el tiempo? ¿Fuiste feliz,
Diana? ¿Intenso y duro, el viaje?
¿Acomodaste la cabeza en el asiento del avión?
¿descansaste?
¿Estas repleta de memoria, de sentidos
por el viaje, Diana?
¿Comerías conmigo para contarme?
¿Pasaste hambre en la estadía,
Diana, pasaste hambre?
¿Te embriagaste? ¿En algún momento
llegaste a marearte por el viaje?
¿En algún momento, sentiste
esa nada en la boca
del estómago, ahí donde dicen que
está el alma? ¿Llenaste
con qué esa nada, con la gente,
con las cosas, tuviste
necesidad? ¿Observaste
la vida tranquila? ¿Así, como te veo
ahora, calma
sabihonda? ¿Conociste
la muerte en el viaje,
Diana? ¿Te asustó, la asustaste?
¿Trajiste fotos, postales,
documentos?, ¿abrazaste a
muchos, te abrazaron?
¿Gozaste, tradujiste el amor
loca de deseo? ¿Hablaste demasiado, callaste
demasiado? ¿Por qué
estás diciéndome
que escribir es lo único
que tenemos? ¿Estás cansada, es por eso, porque
estás cansada del viaje? ¿Querés
dormir, recostarte en un hombro,
querés reír, llorar un
poco? ¿Acaso el viaje mismo
no te consuela,
Diana? ¿No es como el tacto
de otra mano, no lo es, verdad?
¿Comerías conmigo para
contarme?
¿Ya floreció la rosa
en tu jardín? ¿Es tan bella?
¿Los pétalos reventaron
plenos de vida, la vida es
púrpura después de un viaje,
Diana,
es así?

La mitad de la verdad

Soy el destino (Vicente Aleixandre)

Sí, te he querido como nunca.

¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima
si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,
cerrar los ojos a lo oscuro presente
para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?

Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua,
renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,
pelada roca donde se refleja mi frente
cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.

No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir,
embisten a las orillas límites de su anhelo,
ríos de los que unas voces inefables se alzan,
signos que no comprendo echado entre los juncos.

No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena mordida,
esa seguridad de vivir con que la carne comulga
cuando comprende que el mundo y este cuerpo
ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.
No quiero no, clamar, alzar la lengua
proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente
que quiebra los cristales de esos inmensos cielos
tras los que nadie escucha el rumor de la vida.

Quiero vivir, vivir como la hierba dura,
como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,
como el futuro de un niño que todavía no nace,
como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.

Soy la música que bajo tantos cabellos
hace el mundo en su vuelo misterioso,
pájaro de inocencia que con sangre en las alas
va a morir en un pecho oprimido.

Soy el destino que convoca a todos los que aman,
mar único al que vendrán todos los radios amantes
que buscan a su centro, rizados por el círculo
que gira como la rosa rumorosa y total.

Soy el caballo que enciende su crin contra el pelado viento,
soy el león torturado por su propia melena,
la gacela que teme al río indiferente,
el avasallador tigre que despuebla la selva,
el diminuto escarabajo que también brilla en el día.

Nadie puede ignorar la presencia del que vive,
del que en pie en medio de las flechas gritadas,
muestra su pecho transparente que no impide mirar,
que nunca será cristal a pesar de su claridad,
porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre.

La destrucción o el amor

Insomnio (Dámaso Alonso)

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en
este nicho en que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar
los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso varias horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido, fluyendo
como la leche de la ubre caliente de una gran
vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi
alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en
esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente
en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra
podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

Hijos de la ira
Hay secretos perversos emparedados en mi habitación, la silueta de sus formas se vislumbra si miras bien al lugar exacto donde se esconden, allí tras la pared sangrante. Destruir lo que uno más quiere, aún a sabiendas, es un comportamiento típicamente humano, muy inhumano. Hace poco llegué a la conclusión de que uno debe quererse muy poco u odiarse mucho para hacerlo. El pasado es tan negro y me ha querido tanto que hoy, lo repudio. Intento que no explote en mis palabras ni en mis acciones, pero mi boca es un embudo sin dientes, mis dedos son de inútil pianista sin ejercer. Guardo tras la pared un profundo celo que me inunda, un gato negro al que quise mucho y ahorqué. Ahora chilla su espectro pidiendo clemencia. Tarde o temprano lo descubrirán, alguien escuchará sus delirantes maullidos cuando, orgullosa, crea que, por fin, os he tomado el pelo a todos.

miércoles, 12 de enero de 2011

Ítaca (Kavafis)

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Blancanieves se despide de los siete enanos (Leopoldo María Panero)

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

Así se fundó Carnaby Street (1970)

martes, 4 de enero de 2011

Monserrat, no mires

La claridad meridiana
de las cumbres ocultas
tras la inmediatez de océanos helados
vierte lenguas frías
azules, heladas, sacrílegas,
y me duelen las manos,
no sé de qué forma
acercar mi sangre
para vertir el fuego,
intento escribir unos cuantos versos
que hablan sobre esta imposibilidad,
pero ni las cumbres,
ni la sangre,
ni el fuego,
puede ocultarme
lo oscuro donde me entremezclo,
empieza siendo críptico
y luego cotidiano
y yo sólo puedo ser sincera,
estoy sola.

Alberto e Isa

lunes, 3 de enero de 2011

El niño raro (Vicente Aleixandre)

  Aquel niño tenía extrañas manías.
  Siempre jugábamos a que él era un general
  que fusilaba a todos sus prisioneros.

  Recuerdo aquella vez que me echó al estanque
  porque jugábamos a que yo era un pez colorado.

  Qué viva fantasía la de sus juegos.
  Él era el lobo, el padre que pega, el león, el hombre del largo cuchillo.

  Inventó el juego de los tranvías,
  y yo era el niño a quien pasaban por encima las ruedas.

  Mucho tiempo después supimos que, detrás de unas tapias lejanas,
  miraba a todos con ojos extraños.

domingo, 2 de enero de 2011

Teníamos doce años y yo era muy estúpida. Salíamos juntas todos los recreos para jugar en los pinos, siempre estábamos solas y los profesores se nos acercaban de vez en cuando para intentar que nos socializáramos con los demás críos que solían jugar a cosas normales como el fútbol o demás chorradas. Se nos consideraba mayores para jugar a algo que no fuesen deportes. Nosotras éramos especiales, jugábamos a imaginar almas en pena vagando en plena calle con el inquietante ruido de las palomas de fondo, jugábamos a ver muertos debajo de las grietas del suelo del colegio. Pronto dejamos de fiarnos de los curas y nos volvimos ateas. Tú eras mucho más inteligente que yo, incluso ahora lo eres, y eso que las dos hemos cambiado. Nunca me perdonaré aquel día en el que nos sentamos en el banco de al lado de mi casa y te dije que no quería ir más contigo en los recreos. Yo quería ir con aquellas gilipollas de doce años que parecían putas y sólo se preocupaban por los chicos y quería ir con ellas porque eso era "lo normal", lo que todo el mundo consideraba "normal" de cuando se tiene doce años. "¿Doce? ¿Ya tienes doce? ¡Si eres toda una mujer, nenita! ¿Tienes ya novio? ¿Has besado a algún chico? ¡Si ya tienes el periodo!" A veces la gente es tan racionalmente costumbrista que está loca, y no quiero excusarme, pero ya he dicho que yo era una cría estúpida, con la regla y las mismas tetitas que tengo ahora. Y te dije que quería ir con esas zorras y que ya no iría más contigo. Te pusiste a llorar, no pude hacer nada para consolarte. En los recreos posteriores a áquel no supe nada de ti, sólo tenía conversaciones absurdas sobre niñas que besaban a niños en la boca, zapatillas nike y deportes a los que jamás supe jugar. Un día te vi en un recreo, habías hecho nuevas amigas y parecías muy feliz. Entonces me acerqué y, contra todo pronóstico, me presentaste a tus amigas con una sonrisa en la cara. Me uní al grupo rápidamente, por fin unas niñas listas con las que hablar de películas, libros y clicks. Tú nunca me lo has dicho, nunca me has echado nada en cara, ni una sola palabra. Sé que no tienes ira, ni rabia, ni rencor. Y sé que han pasado muchísimos años desde entonces, pero también sé que aún hoy, ese rechazo fue el principio de la distancia que sigue estando presente, de algún modo, entre nosotras.

El parlamento de Londres (Monet)

Esto es lo que hay, cariño, me apetece escribir lo que necesito escribir. Lo de cariño ya sabes en qué tono te lo digo, levantando la cabeza e imitándote en ese gesto de chulería. Aún recuerdo con detalle aquella hostia que le metiste a mi primer novio. Yo estaba acojonadísima porque pensaba que un enajenado mental desconocido le había pegado porque sí, así sin más. Qué ingenua era, ¿verdad? Esas cosas pocas veces son gratuitas, sólo cuando decide actuar la suerte y áquel no era uno de esos días. En fin, imagínate, íbamos paseando por la calle tan felices porque íbamos a ver cantar a un heavy en la tele y luego seguramente a echar un polvo... y de pronto, viene un rubio y le da un puñetazo en la cara. Perdona, no eres rubio, tienes el pelo de tres colores, o cuatro contando el blanco. Después de atestarle esa hostia aún nos perseguiste hasta el patio, por suerte logramos esquivarte y cerrarte la puerta en las narices, pero coño, corriste rápido porque todavía le diste un golpe al cristal de la puerta que me dejó temblando. Cuando subimos a su casa me puse a llorar, él sangraba, aunque decía que pegabas como una nena. Eso yo no lo sé. Le pregunté por qué, quién y qué; y sólo supo responderme mentiras que me creí sin sospechar un ápice. Qué sangre fría tuvo el cabrón, qué idiota debía ser yo tras sus ojos. Luego vimos al heavy cantar, qué pareja tan feliz. Me pilló joven, muy joven, si no... me habría dado cuenta de quién era el malo.

londres

Todavía recuerdo tu grandeza de capital y la soledad de tus calles infestadas por el gentío extranjero. Las ciudades están vivas. Ten cuidado con los ojos de las brujas que pretenden arrebatarte el rostro por las esquinas, escucha los pasos rutinarios de los soldados muertos en el teatro, a cada hora, a cada minuto. Siente como la gente te rodea, te empuja cariñosamente, y te siente extraña y azabache. Siéntete más cómoda con la premonición de un puñado de gitanos bebiendo té a las cinco de la madrugada. Vi campos amarillos en lugar de soñados verdes.