domingo, 2 de octubre de 2011

Sueños de ciudad

Durante una parte de mi vida pensé que uno de mis sueños era vivir en una ciudad grande, donde nunca pudiera aburrirme, una ciudad que me diera la oportunidad de vivir con más libertad y de estar siempre conociendo cosas nuevas. Por suerte, pude vivir en una de esas ciudades, sentía cosquillas cada noche antes de salir, sabía que fuera me esperaban cientos de aventuras: libros, cafés donde escuchar poesía, personas curiosas, esculturas, paisajes, pero sobre todo la noche. La noche, los besos, los bares, las copas, pintar las calles, el aire marchito y su humareda. Descubrir una ciudad cuando te parece infinita es algo maravilloso. Así fue, vi mil maravillas en su horizonte repleto de edificios antiguos y atardeceres brillantes.

Pero un día Rubén, que en parte había hecho que esa ciudad fuera tal y como la conocí, me dijo: "las ciudades grandes también se gastan, llega un día en el que se acaban". Yo no llegué a gastar esa ciudad, pasé mucho tiempo allí, pero no el suficiente como para gastarla del modo al que él se refería, no llegué a conocer todos sus misterios, ni sus hilos y entresijos. Sin embargo, la gasté de otra manera, aquella ciudad fue un momento, un tiempo, fueron las personas, fue una situación vital. No es lo que deseo, la felicidad a costa del dinero o de vivir en una buena casa, el querer que otros te miren. Esos no los reconozco como mis sueños.

Recuerdo que en otro tiempo pensé que lo mejor era conformarme con lo que tenía, halagar esta otra ciudad mal construida por el simple hecho de que es mi ciudad natal. El autoengaño consistía en decirme a mí misma lo hermosa que era mi ciudad, lo bonita que estaba siempre sin pensar en lo que había tras la mampara. Cantar su himno, seguir su equipo de fútbol, comer buñuelos e incluso habituarme a los petardos. Esta ciudad tiene tantas cosas criticables, es tan mísera, tan pequeña, hay tan poca cultura, los que la gobiernan hacen de lo que podría ser precioso algo horrible. Supongo que ese sueño, como primer sueño que tuve, no era un sueño, era pensar que no podía aspirar a nada más. Ese sueño coincidió con las pocas esperanzas que tenía por aquel entonces e incluso con mi perspectiva del amor. ¿El amor? El amor no existe. Qué tontería, por favor. Si yo estaba deseando sentir y que sintieran.

Ahora, en cambio, estoy volviendo a tener sueños que parecía que había olvidado. He vuelto a recordar y a sentir lo mucho que me gustaba Irlanda o Escocia cuando veía ilustraciones de esas ciudades en algún libro. Preciosas, con sus tremendos campos verdes y su simpleza. Y ya no me refiero únicamente a las capitales de esos países, me refiero a alguna de sus ciudades pequeñas, a la sencillez, a las casas de colores, a la cerveza negra, al contraste del cielo nublado con los campos verdes llenos de primavera, a los animales, a los círculos pequeños de buenos amigos, a las noches con estrellas.

Así es como me recuerdo antes de que nadie influyera en mis sueños, y así vuelven a ser los sueños de ciudad que tengo ahora.

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